Paz y esperanza
Cuando los normandos invadieron las costas de Belfast en el siglo XII, pensaron que se trataba de un pequeño asentamiento sin apenas importancia, pero nada más alejado de la realidad, ya que desde la Edad de Bronce, el lugar había estado habitado ininterrumpidamente.
Y no es de extrañar, porque parece que Belfast fuera un pedazo de Inglaterra, con sus enormes y elegantes edificios, su agitada vida cultural y su pujante economía, enclavado en mitad del campo. El contraste es realmente delicioso, y enamora.
Así, la ciudad ha seguido una línea de crecimiento económico iniciado con la llegada de los hugonotes y que alcanzó su máxima plenitud en el siglo XIX y que ha permitido que luzca señorial, espectacular y con una esencia que ni siquiera los años de agitación y violencia consiguieron frenar.