Besalú es siempre una pasada
Cualquier mañana de sábado y domingo es fiesta en Besalú. La antigua capital de la Cataluña condal se despierta temprano, se mira color miel en las aguas verdosas de sus dos ríos y espera a sus visitas. Los turistas comienzan a llegar, y siempre caen rendidos a sus pies. La villa sabe que su halo de siglos es tan fuerte como un sortilegio. Que todos quedan envueltos en él sin remedio.
Uno siente su embrujo ni bien se le acerca por el largo puente románico del siglo XI. Cercada por el Fluviá, Besalú muestra desde allí su mejor perfil medieval. Una vez dentro de la villa, las callejuelas intrincadas y oscuras del ‘call’ o barrio de la judería, parecen, desde las sombras, destilar misteriosos secretos. Pero luego el sol se cuela entre las torres y dispersa a los fantasmas. Llenas de luz resplandecen la iglesia románica de Sant Vincenç, la preciosa calle Tallaferro y la animada plaza Mayor. Merece detenerse a tomar un café o una copa en cualquiera de sus bares y, luego visitar la Curia Reial, singular edificio con toques góticos, el Miqvè, los asombrosos baños judíos subterráneos, y las casas-palacio de Sant Romà y de Sa Font.