Descubriendo la vida
Ya es casualidad que el día que visité Tanger, por segunda vez en mi vida, y ya que iba en plan guía para mis amigos, se celebrara la Fiesta del Cordero.
¿Ventajas? Las tiendas estaban cerradas y teníamos más tiempo para hacer visitas hasta que abrieran pasado el mediodía. ¿Desventajas? Las tiendas estaban cerradas y eso para una mujer, mejor dicho para cuatro, es un pecado. Así que aproveché su desconcierto ante la perspectiva de irse de Marruecos sin poder lanzarse como posesas a comprar cachivaches miles, para llevarlas a conocer un poco la ciudad.
Y una ciudad es sus calles, más que sus monumentos o sus tiendas. La miles que componen Tanger se resumen, sin duda, en las de su Medina y su Zoco, las que tienen el sabor de lo añejo y esconden los secretos de los espías que las recorrieron, o las vivencias que Paul Bowles imprimió en sus libros cálidos pero intrigantes. Calles con cafés donde durante décadas se contempló el ir y venir de personajes históricos y anónimos, zocos en los que comprar frutas secas y secretos de estado, puestos de olvidados artesanos donde adquirir unos zapatos únicos en el mundo hechos delante de tus ojos con todo el amor que sólo alguien que sabe que su profesión desaparece puede poner.