No recuerdo cómo se llama mi niño guía. Ti...
No recuerdo cómo se llama mi niño guía. Tiene nueve años y el día que me enseñó a montar en camello tenía mucha fiebre. Había hecho dos horas de camino para venir al reclamo de los turistas y le tocaba volver de nuevo a casa tras nuestro encuentro.
Su dulzura al sonreír sé que están fuera del precio, pero su simpatía y desparpajo tienen cierta artificialidad, cierto respeto a la vil propina que espera de mi. Encantado de poder hablar conmigo en francés, me cuenta que trabaja para poder ir al colegio, que la música que suena de fondo es una boda y que yo soy muy, muy bonita y si quiero, él y su amigo me llevan a la fiesta nupcial.
Predispuesto a ayudar siempre, incluso me pide la cámara para hacerme él las fotos y me lanza las riendas para que guie yo al camello. Canturrea, mientras anda por la arena, algo parecido a Camela y se da la vuelta para ver que yo, desde las alturas jorobiles del camello, voy contenta. Attention!! Dice a cada desnivel. Le pregunto que si le gusta esto y coge un puñado de arena. Lo lanza al aire y me dice: No hay nada.
Por fin nos despedimos. Me persigue un rato. Ahora ya no soy bonita, ahora me llama señorita-por-favor. Le doy unas monedas. Desde sus nueve años, el desierto me habla de pobreza.
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