La luz del norte
No se puede decir que se ha conocido Menorca en su totalidad o casi, sin haber visitado el faro de Cap de Cavalleria. ¿Y por qué digo esto? Muy sencillo, porque para llegar a él hay que pasar afortunadamente por un paisaje rural que condensa la esencia del campo menorquín.
Frondosos montes ondulados formados por pinos y acebuches (sinceramente no me esperaba una isla tan boscosa), prados infinitos salpicados por llocs (caseríos), verjas y barreras que delimitan propiedades y que hay que abrir y cerrar de nuevo (importante) y ovejas que pastan a sus anchas será nuestros compañeros de viaje hasta llegar al faro.
Es impactante mantener el silencio y dejar que nuestro espíritu se sobrecoja ante un paisaje agreste y duro, pero que la misma Naturaleza ha dotado de una belleza poco usual.
Al final del camino encontramos la luz del faro, a 90 metros sobre el nivel del mar y con una potencia que llega a los 70 kilómetros. Heredero de las nuras, o fogatas que los fenicios prendían sobre los talaiots para advertir a sus barcos de la proximidad de la costa, el faro sigue cumpliendo esta misión salvadora, ajeno al paso del tiempo, mirando a un horizonte que parce no tener fin.


