Un sueño sobre el río Cher
Hace cinco años que visité por primera vez Europa. Cuando era niño, recuerdo ver un programa de televisión en el que conocí Chateau Chenonceau, el castillo de las damas. En este viaje por Francia, una de las paradas obligadas fue visitar este precioso lugar.
El valle del Cher es hermoso. Junto a la estación de tren se abre una vereda que se interna por el bosque. Ésta conduce a una garita donde se compra la entrada. Al pasar la puerta se abre camino hacia la granja y el vergel que alojan el actual restaurante y un curioso museo de cera. Justo entre los bellísimos jardines de Catalina de Medicis y Diane de poitiers se levanta la torre del Marqués y la imponente fachada del Castillo de Chenonceau.
El castillo es pequeñito, pero acogedor. Abre un vestíbulo que comunica las habitaciones con la galería sobre el puente y el otro lado del valle. Todas las cámaras se visten con lujosos tapices de Flandes y colores brillantes, Todas, excepto por la cámara de Louise de Lorraine que está pintada de negro y decorada por su monograma con lágrimas de plata en señal de luto por la muerte de su esposo, el rey.
En la galería superior conservan un piano y una colección de arte moderno. En la cocina se ven los hornos, la carnicería y las chimeneas. Se guardan también los diversos utensilios que usaban para preparar los fastuosísimos banquetes de la reina. Este castillo es un hermoso espectáculo. Paseé por el castillo, por los jardines y también por su laberinto. En este viaje cumplí muchos de mis sueños, pero ninguno tan luminoso como la visita al Chenonceau.


