La mezcla perfecta.
La inconfundible silueta de las dos torres de la catedral, bastan para llamarnos junto a ella. Edificio emblema fundamental en la historia de la reforma suiza alemana y la ética protestante, su interior, muy diferente al de las grandes catedrales europeas a las que estamos acostumbrados por la falta de ornamento y sobriedad, nos regala unas preciosas vidrieras de Giacometti, y una estructura de base gótica de tres naves de lo más perfecta con una culminación gótica muy delicada en las bóvedas.
Eso sí, la diferencia de la que hablo se basa en la severidad de la corriente reformista, pero lo que no se pudo evitar fue el paso del tiempo y con él las diferentes corrientes arquitectónicas que de manera obligatoria lo acompañan.
Si agitamos todo este maremágnum estilístico surge la catedral de Zurich, que parece girar sobre la leyenda de los dos mártires tebanos cuyas cabezas obligaron a los cristianos fieles a levantar la estructura en el punto donde ellas le indicaron que debían ser enterrados y adorados sus cuerpos.
Alrededor, sube la escarpada colina sobre la que se asienta, con preciosas casas de origen medieval, habitadas antiguamente por los canónigos de la colegiata.
Las vistas desde la terraza de la Catedral son simplemente hermosas y evocadoras. Todo un mirador de Zurich.


