Belleza hacia el cielo.
Cuando uno se asoma a la plaza de la Catedral la visión que se le ofrece es impresionante. Una sensación de subida del espíritu hacia el cielo por la majestuosidad del conjunto arquitectónico. Cuando ya se ha ido uno apaciguando de esta impresionante sensación se dedica a ir admirando todos y cada uno de los detalles del exterior del imponente edificio: la portada central de su frontispicio y las dos laterales, la puerta Norte y la puerta Sur, su estilizada aguja de 142 metros de altura que la hizo durante mucho tiempo como la más alta del mundo.
Y cuando uno, tranquilizado ya de la fuerte impresión anterior, penetra en su interíor otra vez se le pone el corazón a cien por hora con la belleza que se encuentra.