El pasado domingo, 26 de octubre, venía ...
El pasado domingo, 26 de octubre, venía de visitar El Castillo de Montánchez cuando, a pocos metros, vi la fachada del cementerio, de un blanco esplendoroso que se recortaba en un cielo que presagiaba la caída de la tarde. Era como si me invitaran a entrar: El cielo, la fachada o las lápidas, vaya uno a saber…. Ver salir a una mujer del cementerio me hizo decidirme a entrar en él. Estuve a punto de quedarme con las ganas, porque la mujer había cerrado la puerta con fuerza uno de esos –para todos conocidos– antiguos cerrojos de hierro con forma fálica que quedan sujetos al pasar por un pequeño círculo, también de hierro. Aunque lo intentaba, yo no era capaz de abrirlo. Por lo que se ve, el paso de los años, con ayuda de las últimas lluvias, había oxidado el cierre. Dicen que más vale maña que fuerza, pero en este caso desoí en el popular consejo y tiré con todas mis fuerzas. La obstinación del cerrojo fue vencida.
A la salida del cementerio, con las fotografías en mi poder, tuve que hacer un gran esfuerzo para abrir nuevamente el cerrojo. Estaba ya anocheciendo, y me dio por pensar qué pasaría si tuviera que quedarme toda la noche por culpa del capricho de una pequeña pieza de hierro. La respuesta es dual: Por una parte, me hubiera muerto de miedo, y por otra, las nuevas fotografías que hubiera sacado de las lápidas a buen seguro habrían sido aún más oscuras.
Francisco Rodríguez Criado
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