Entre los infinitos olores prima el...
Entre los infinitos olores prima el palo santo. Se lo huele blancuzco y fresco, cortado en trocitos, y quemándose en negras volutas para espantar a los malos espíritus. Atrás, como siempre, se siente la mezcla fuerte del orégano, la páprika, el romero, el anís, la menta negra, la cúrcuma, la manzanilla, el culantro, la pasuchaca...
El mercado de San Pedro es una atiborrada caja de Pandora donde cualquier cosa se puede hallar. La primera impresión es de desorden total, sin embargo al recorrer sus pasillos una va descubriendo que sólo los vendedores ambulantes están en cualquier lugar; los puestos, en cambio, están bien organizados y separados por sección según lo que ofrezcan. En el mercado todo es fuerte, estridente, puro: No hay nada suave ni desteñido.
Los aromas son tan intensos que con los ojos cerrados uno sabe en qué sección está:
Huele a chocolates fabricados con cacao del Cusco, a pan de trigo y de maíz, a racimos de flores recién arrancadas del campo, a quesos, a carnes de vaca, de oveja y de cerdo. La fruta rica y madura hace agua la boca: Maracuyá, papaya, fresas, bananas, uvas, piñas, naranjas...
En el mercado hay mucho más. En un corredor oscuro cuelgan innumerables faldas de colores, de las que llevan las mujercitas. Metidas en sus sucuchos se ven modistas cosiendo en vetustas máquinas de coser, remendones zurciendo y arreglando sombreros y zapatos, sastres afanándose sobre chaquetas llenas de hilvanes. En los siguientes puestos hay telas, vestidos, ropa para hombre, velas, canastos, sombreros, tejidos, zapatos, ojotas y chullos.
Todo eso que se ve, huele, y percibe potencia los sentidos. Sin embargo algo los sobrepasa y se convierte en un pequeño desafío: En el mercado hay dos zonas donde funcionan comedores. Hay que tomar coraje y entregarse a la experiencia. Ya os contaré...


