Inolvidable experiencia
No puede decirse que alguien haya visitado Estambul hasta que haya visto sus maravillas desde el agua, ya sea entrando, como es mi caso en un crucero, navegando en un crucero turístico o cruzando al otro lado a bordo de uno de los transbordadores que en un sin parar van de una a otra orilla.
La travesía hasta Estambul no es corta, al contrario, dejar atrás el mar Egeo, cruzar el de Marmara, partiéndolo a la mitad y ver las cúpulas de la ciudad, muy a lo lejos, mientras el sol hace refulgir los picos metálicos de los minaretes lleva toda una noche de navegación.
Pero el premio que nos reserva la hermosa urbe bien merece cualquier esfuerzo.
Una vez que hemos caído en sus redes ya no hay escapatoria, y sigue engatusándonos con el Puente y la Torre de Gálata, el palacio de Dolmabahçe o la Torre de la Doncella, en medio del agua.
Aún no ha atracado el barco y ya suena la voz del almuédano, llamando a la oración a todos los creyentes de Alá. Al momento toda la ciudad se hace eco de una melodía que la envuelve en esa bruma de misterio y romanticismo que la hace única.
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