Essaouira, Marruecos.
La experiencia marroquí inevitablemente pasa por picar billetes de bus y pisar las arterias asfálticas magrebíes; del Atlas nevado a una acogedora y pequeña villa pesquera; del flujo acelerado de los mercaderes y zocos de la urbe a la templanza del mar y la costa; del allegro intrépido de Marrakech al adagio de un mercado marinero con oleaje de fondo. Marruecos suena a doble tempo.
Essaouira dista 177 kilómetros de Marrakech y se hace esperar tres horas de autocar. La pista, aunque monótona, ameniza cada vez que atraviesa un poblado y se cruzan miradas entre lugareños y turistas. Desde la carretera se ve cómo copan los frontales de las casas pequeñas ventanillas que hacen de mostradores esperando a nadie. Algunas dunas, pequeñas, se intercalan en el paisaje de autobús, que no es sino el intermezzo entre los cambios metronómicos del país.