David Gimeno Redondo
Un paraíso para los amantes de la naturaleza y las aves...
Aprovechando mi estancia en Edimburgo, decidí visitar estas islas, pues no me quería ir de Escocia sin conseguir ver una colonia de frailecillos, uno de los iconos de aquel país.
Contraté por internet el barco que me llevaría desde Seahouses hasta las islas, a pocos Kms de la costa. Sólo dos de las islas son accesibles para los turistas, siempre y cuando hayan reservado con antelación, pues las plazas son limitadas.
La distancia desde Edimburgo es de unos 120 Kms, cruzando ya al país vecino, Inglaterra.
Era un 17 de junio y las aves estaban en plena época de cría, ya todas con sus polluelos hambrientos y crecidos.
El viaje en coche no se me hizo muy pesado, pues viajando por las carreteras de Escocia los paisajes que te envuelven no te hacen otra cosa que disfrutar y hacer que el tiempo vuele.
Una vez en el barco el trayecto tampoco se hace muy largo, las islas están cerca y enseguida se empieza a ver fauna, tanto por el aire como por el agua. En cuanto el barco se va acercando a las islas un olor fuerte parecido al amoniaco y causado por las deposiciones de las aves se apodera del ambiente, también se empieza a poder ver con suma facilidad focas grises descansando sobre las rocas cercanas a las islas, aunque algo tímidas, pues a lo poco que se acerque el barco se zambullen en el agua.
Desembarcamos en la primera isla, poblada principalmente por frailecillos, cormoranes moñudos, gaviotas tridáctilas, alcas y araos; esporádicamente se veía algún cormorán grande y alguna gaviota sombría. A diferencia de las focas las aves no tenían problema alguno con nuestra presencia, podíamos estar a un metro escaso y ni se inmutaban. Eso si, el recorrido estaba bien señalado para no salirse de él y no entrar en las zonas donde anidaban las aves. Las idas y venidas de los pájaros eran constantes, pues tenían que salir a pescar continuamente para llenar el buche de los pollos. Eso, unido a la poca distancia que nos separaban hacía que fuese fácil conseguir unas grandes instantáneas.
La segunda isla estaba poblada principalmente de charranes árticos, también se podían ver frailecillos, alcas, eideres comunes y algún cormorán moñudo, pero si duda el principal aliciente de la isla eran los charranes, que como las demás aves también estaban ya con sus pollos. Sin embargo, a diferencia de las demás, los charranes eran tremendamente agresivos en cuanto pasábamos cerca de sus nidos y no se lo pensaban dos veces para ir a dar picotazos a las cabezas de los visitantes, por suerte me lleve un gorro y pude olvidarme un poco de sus ataques aéreos.
Sin duda fue una experiencia inolvidable que a los amantes de la naturaleza y en especial de las aves les encantará sin ninguna duda.
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