El hotel perfecto
Cuando viajamos por Islandia, al igual que por muchos países, intentamos aprovechar el tiempo al máximo, llegar hotel casi prácticamente para dormir. Eso fue lo que nos pasó en Fáskrúdsfjórdur, lugar entre fiordos del este de la isla donde llegamos casi a las doce de la noche. Después de dar varias vueltas por el pequeño pueblo encontramos el hotel.
Es tan pequeño que parece una casa, casi pasa inadvertido, pero una vez dentro se convirtió en nuestro hotel favorito del recorrido.
Recibidos maravillosamente por el personal de recepción, en menos de un minuto estábamos en nuestra confortable y elegante habitación. Amplia, muy limpia y con un exquisito sabor nórdico del siglo XIX remasterizado, nos envolvió de tal manera que caímos rendidos en cuestión de minutos.
Al día siguiente investigamos sobre los dos edificios. El que se encuentra pegado al agua dulce del fiordo, y donde hoy se sirven los exquisitos desayunos, fue durante años un hospital francés, el tercero en toda Islandia en 1904, con unas comodidades hasta entonces no conocidas en la isla, como agua corriente, veinte camas, generador diésel, una madera traída de noruega de gran poder aislante, letrinas higiénicas...nada podía faltar a los pescadores franceses que acudían a la zona para restablecerse de las enfermedades de la época, contraídas mientras se encontraban faenando por la zona. Aunque se construyó para la marinería francesa también estaba abierto a los habitantes de la zona.
Con el abandono de la actividad pesquera después de la Gran Guerra, el edificio fue desmantelado y trasladado en 1939 a otro enclave donde sirvió de escuela y residencia, hasta quedar abandonado. No fue hasta 2010, que se decidió devolverlo a su emplazamiento actual y convertirlo en un maravilloso hotel museo que recuerda su época de hospital y nos ayuda e informa en el conocimiento de la vida de aquellos valerosos pescadores franceses que faenaron durante siglos por las costas islandesas y que en muchos casos no volvieron a ver las costas galas.
El segundo edificio, donde se encuentran las habitaciones era la casa del médico, que al mismo tiempo ejercía de cónsul francés en Islandia. La decoración es realmente exquisita, muy nórdica pero confortable.
Los desayunos son harina de otro costal. Primero por la variedad y frescura de los ingredientes, que incluyen exquisiteces islandesas, y segundo por el paisaje que se puede disfrutar desde las mesas pegadas a los enormes ventanales. Los inmensos fiordos que guardan las heladas aguas del Mar del Norte, más parecen propios de una bucólica postal, impresionante e impresionista. Quizá el mejor desayuno de mi vida, en un hotel único y especial, con todo el aire islandés que se pueda esperar. Es simplemente perfecto.
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