Hacienda Ochil
La zona en la que nos encontramos es pródiga en enormes haciendas de henequén, pequeños palacios que creó la nueva burguesía agrícola que se adueñó del estado de Yucatán. Pasear por sus decadentes paredes es volver a vivir el pasado.
Las haciendas eran parte de un sistema económico comenzado por los españoles en el siglo XVI, similar al sistema feudal de Europa. Eran eficientes granjas y centros de manufacturación que producían carne y otros productos para exportación. Al pasar el tiempo las haciendas se convirtieron símbolos de salud económica y cultura, adornadas con arquitectura, muebles y arte de todas partes del mundo.
La mayoría de las haciendas yucatecas en el siglo XIX producían soga de henequén, una planta variedad del cactus de agave, el cual era exportado por la creciente industria de transporte.
Las haciendas tenían grandísimos campos de henequén, atendidos por cientos de hombres; la casa principal era usualmente el edificio más grande, donde el hacendado tenía sus habitaciones centrales y donde tenía lugar la mayor parte de la administración.
El procesamiento de henequén se localizaba en la casa de máquinas. Aparte existía una capilla, la casa del mayordomo donde vivía el capataz, y muchos otros edificios más pequeños para almacenamiento y habitaciones centrales. Cada hacienda tiene una casa principal, una casa de máquinas, las casitas humildes de los obreros, la escuela, la enfermería, la tienda, la iglesia, el cementerio, el área de hidráulicas, la prisión y los establos.
En los años 40, con la invención de fibras sintéticas, la industria de henequén cayó, y los dueños de las haciendas vieron tiempos duros. Sin el poder económico, se abandonaron las haciendas y se deterioraron, quedando así hasta los principios de los 90, cuando otra vez, muchas fueron restauradas a su gloria original y ahora transformadas en hoteles rurales y restaurantes para grandes celebraciones.


