Fría piedra para un cielo azul
Buena idea tuvieron quienes allá por los años 40 decidieron levantar en lo alto de una colina la iglesia más famosa de Islandia. Primero porque de esta manera sería visible desde toda la ciudad y segundo porque llegaría a convertirse en uno de los símbolos de la misma.
De culto luterano, y con un nombre que quiere recordar al poeta islandés Hallgrimur Pétursson, de gran renombre por los himnos y odas que compuso, su silueta es inconfundible y constituye un edificio de culto a nivel internacional arquitectónicamente hablando. Tardó casi 34 años en construirse pero nunca se varió su diseño original, con reminiscencias art decó y al mismo tiempo un racionalismo rectilíneo que luchaba contra las florituras del primer estilo.
Para su creación, los arquitectos se inspiraron en las omnipresente columnas de basalto que se pueden encontrar por toda la isla, aunque eso no fue óbice para que la polémica saltara desde que dieron a conocer sus planos.
Tan fría por dentro como por fuera, su interior es la luminosidad hecha piedra y al mismo tiempo el minimalismo llevado al límite. Así que con los años se le añadieron elementos que le aportaran calidez y al tiempo fueran útiles, como el gigantesco órgano de 5.275 tubos que quienes tengan esa suerte podrán escuchar tres veces a la semana en verano, o la pila bautismal en cristal de roca.
Pero lo que quizá llame más la atención es subir hasta lo alto de la torre de 75 metros y admirar las vistas sobre la capital de Islandia.
Frente a la iglesia se levanta un monumento a Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, explorador vikingo a quien consideran el primer europeo que llegó a América, 500 años antes de Colón. La escultura es un regalo de América por los 1000 años de la fundación del parlamento islandés.


