Después de un mes de desiertos, áridas m...
Después de un mes de desiertos, áridas montañas, humildes pueblos remotos, jaimas y albergues compartidos sin agua caliente, Essaouira es como llegar a otro planeta. Mejor: La ciudad es tan marroquí como cualquier otra, pero enceguece con su blancura, su cielo y su mar azul. Comes pescaditos asados en el puerto, te distraes con el vuelo rasante de las locas gaviotas, vas un rato a la playa, paseas por su preciosa medina medio portuguesa, medio francesa.
A la tarde comienza a soplar el siroco. El mar se llena de espumas blancas. Entonces es una ceremonia ver el sol hundirse en el Atlántico desde las fabulosas murallas.
Dar Al-Bahar está escondido en el corazón de la medina: Difícil llegar. Pero una vez traspasas la gran puerta te enamoras y te quieres quedar. Madera labrada en sillas y mesas, la habitación blanca con celosías azules, los suelos de cerámicas de colores, las camas con sábanas níveas, los baños con litros y litros de agua caliente. Y por una escalera estrechita que nunca termina, el riquísimo desayuno, todos los días, servido en la terraza.
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