Roberto Gonzalez
La fe mueve montañas
Encaramado, como si tuviera garras de águila o fuera un nido de golondrinas, se encuentra este precios Santuario que es objeto y meta de peregrinaciones y también de paseos para aquellos que no buscan la paz espiritual de la religión sino la que proporcionan las vistas de que caen a pico sobre un vallecito boscoso y aislado que regala una estampa única en el país de los suizos.
Aunque hay varias maneras de llegar hasta el templo, como son dando un paseo desde la cercana Locarno y subir por la escalinata que se adorna con curiosas estaciones del Vía Crucis o en el funicular que llega hasta Orselina, recomiendo usar el coche, ya que con ello rentabilizamos más el tiempo que vamos a dedicar a visitar el templo.
Su historia es larga, más antigua incluso que el descubrimiento de América, ya que su fundación data de 1480, fecha en que la Virgen tuvo a bien aparecerse a un tal Fray Bartolomeo da Ivrea.
Sin embargo, el santuario monasterio cayó en la desidia del tiempo hasta el siglo XVII, durante el que tuvo que ser reconstruido casi en su totalidad para tener que volver a ser restaurado en los años 20 del pasado siglo.
Legar al corazón del Santuario es recorrer un laberinto de estancias, patios y escaleras, en los que se abren capillas muy interesantes y realmente únicas, como la que nos muestra La última Cena, o una preciosa Piedad en madera del sil XVII.
Y al fin llegamos a la explanada que se abre frente a la Iglesia y que parece el patio de armas de podríamos encontrar en cualquier castillo europeo, con la diferencia que desde aquí se pueden admirar las preciosas vistas de la ciudad de Locarno y del Lago Maggiore.
Pasando las elegantes arcadas del Santuario, entramos en la curiosa iglesia, el corazón del complejo religioso.
Los ojos no saben donde mirar, tal es la profusión de la decoración, la miríada de detalles, de colores y de formas con los que está engalanado el templo. Estucos en elegante combinación de azul y blanco, muy al gusto italianizante de la época, frescos con vidas de santos y alusiones a la Virgen y su Anunciación y Tránsito, estatuas en madera de la Madre de Dios, y de la Sagrada Familia y pasando al plano del fervor, multitud de exvotos en preciosa plata o en forma de placas de mármol que expresan agradecimiento por los favores concedidos o en el más humilde bordado de coloridas sedas y algodones.
En su conjunto, el recinto es una maravilla, no sólo por el arte y la devoción que acoge, sino también por las vistas que nos ofrece y sobre todo por su localización y escenografía únicas.
Sin embargo, el santuario monasterio cayó en la desidia del tiempo hasta el siglo XVII, durante el que tuvo que ser reconstruido casi en su totalidad para tener que volver a ser restaurado en los años 20 del pasado siglo.
Legar al corazón del Santuario es recorrer un laberinto de estancias, patios y escaleras, en los que se abren capillas muy interesantes y realmente únicas, como la que nos muestra La última Cena, o una preciosa Piedad en madera del sil XVII.
Y al fin llegamos a la explanada que se abre frente a la Iglesia y que parece el patio de armas de podríamos encontrar en cualquier castillo europeo, con la diferencia que desde aquí se pueden admirar las preciosas vistas de la ciudad de Locarno y del Lago Maggiore.
Pasando las elegantes arcadas del Santuario, entramos en la curiosa iglesia, el corazón del complejo religioso.
Los ojos no saben donde mirar, tal es la profusión de la decoración, la miríada de detalles, de colores y de formas con los que está engalanado el templo. Estucos en elegante combinación de azul y blanco, muy al gusto italianizante de la época, frescos con vidas de santos y alusiones a la Virgen y su Anunciación y Tránsito, estatuas en madera de la Madre de Dios, y de la Sagrada Familia y pasando al plano del fervor, multitud de exvotos en preciosa plata o en forma de placas de mármol que expresan agradecimiento por los favores concedidos o en el más humilde bordado de coloridas sedas y algodones.
En su conjunto, el recinto es una maravilla, no sólo por el arte y la devoción que acoge, sino también por las vistas que nos ofrece y sobre todo por su localización y escenografía únicas.
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