Roberto Gonzalez
Sobrecogedora belleza
Pocas veces me había quedado tan asombrado, léase con la boca abierta de par en par, como cuando traspasé las puertas de la Iglesia de San José. Fue tal la impresión que causó en mi el abigarramiento brutal de la decoración que cubre en su totalidad la iglesia, que tuve poco menos que rendirme al gusto del "horror vacui" del Barroco.
Pero antes de entrar también me sorprendió, por encontrármela encajada entre casas, casi desapercibida, en pleno bullicio, pero aislada, llamando sin ser oída a los transeúntes de la cercana calle Sierpes.
No parece por fuera más que una capillita, no más que una pequeña iglesia de pueblo, sin embargo la riqueza que esconde su interior es infinita.
Por eso decidimos no hacerla esperar y cruzamos su portón. La oscuridad fue momentánea, ya que al momento nos asaltaron los olores a incienso y ceras, las luces de retablos y capillas y los colores de los exvotos. Al frente, la magnificencia del altar mayor, obra del portugués Cayetano de Acosta, según encargo del gremio de carpinteros de Sevilla, que como caso único diseñaron y levantaron el templo a su Patrón sin ayuda ni consejo de arquitecto alguno.
A diferencia de los retablos normales que sólo cubren el frente de capilla o altar, éste parece querer extenderse por toda la iglesia, como si estuviera vivo y fuera cada vez acaparando más espacio. La sensación que me transmitió fue la de encontrarme metido en una cueva, donde las estalactitas eran volutas y estípites de madera, donde los colores y formas se mezclaban sin parar.
Gracias al cielo, no sufrió graves daños en el voraz incendio de 1931, causado por las furias republicanas, que mermó considerablemente el patrimonio artístico del templo, aunque si que perecieron importantes esculturas y pinturas del siglo XVII.
Caminando la iglesia, disfrutándola encontramos otras joyas de importancia, como un bellísimo crucificado, la particularidad de varias imágenes de pequeño tamaño en nichos diminutos de las paredes y sobre todo esa sensación de querer buscar un solo milímetro que no está cubierto por el arte de los escultores y pintores. Por otra parte, las vidrieras de esta capilla combinan la antigüedad y la modernidad en sus estilos. La más anciana es del año 1479 mientras que la más reciente fue realizada en 1932.
Sin duda una de las iglesias más bellas y originales que hayan visto mis ojos.
A diferencia de los retablos normales que sólo cubren el frente de capilla o altar, éste parece querer extenderse por toda la iglesia, como si estuviera vivo y fuera cada vez acaparando más espacio. La sensación que me transmitió fue la de encontrarme metido en una cueva, donde las estalactitas eran volutas y estípites de madera, donde los colores y formas se mezclaban sin parar.
Gracias al cielo, no sufrió graves daños en el voraz incendio de 1931, causado por las furias republicanas, que mermó considerablemente el patrimonio artístico del templo, aunque si que perecieron importantes esculturas y pinturas del siglo XVII.
Caminando la iglesia, disfrutándola encontramos otras joyas de importancia, como un bellísimo crucificado, la particularidad de varias imágenes de pequeño tamaño en nichos diminutos de las paredes y sobre todo esa sensación de querer buscar un solo milímetro que no está cubierto por el arte de los escultores y pintores. Por otra parte, las vidrieras de esta capilla combinan la antigüedad y la modernidad en sus estilos. La más anciana es del año 1479 mientras que la más reciente fue realizada en 1932.
Sin duda una de las iglesias más bellas y originales que hayan visto mis ojos.
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