La leyenda, no la matanza.
Eso es lo que me hizo acercarme hasta ella. Ni por un momento se me ocurrió entrar al ruedo, escenario de matanzas sin sentido en aras del divertimento humano. Sangre y arena. Sangre roja, de muerte absurda de unos y de otros, del animal vestido de luces y del noble astado, criado por y para la muerte, como símbolo de una España caduca y obsoleta, que se revuelca en sus peores y más crueles tradiciones para no ver lo que ocurre ante sus ojos.
Perdonad esta perorata, pero no la puedo evitar. Como no pude evitar sorprenderme ante el buen estado de conservación del edificio de 1881, con un museo taurino que recoge lo "mejor" de la historia de la plaza, con toda una variedad inmensa de marketing referente al edificio, a las corridas y al mundo del toro en general.