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La pequeña escuela

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Bajo un sol abrasador y atravesando un...

Bajo un sol abrasador y atravesando un paisaje prácticamente desértico nos dirigimos desde Bamako hacia Ségou, capital del antiguo imperio Bámbara.

Los acordes del magnífico disco “Papa” de Salif Keita suenan a todo volumen en un vetusto radio-casette y sus melodías nos hacen olvidar el molesto ruido que emite el viejo motor de nuestro Land Rover, e incluso, por unos instantes ya no percibimos el sonido del viento que acompañado de considerables cantidades de polvo rojo se cuela por las rendijas del vehículo.

Sudorosos y teñidos de rojo pero plácidamente acomodados en nuestros asientos contemplamos a las gentes del camino, gentes que recorren largas distancias con el único objetivo de encontrar pastos y agua para evitar que sus rebaños, compuestos por escuálidas cabras, ovejas o cebús, mueran de hambre y sed, niños y niñas que acarrean pesados fardos de leña sobre sus cabezas que servirán para avivar el fuego del hogar.


Atravesamos aldeas habitadas por la etnia Peul, con sus características casas de formas cónicas, contemplamos la pobreza y la miseria que nos rodea e intentamos hacernos a la idea del terrible esfuerzo que debe suponer levantarse cada día e intentar sobrevivir en estas durísimas condiciones.

Pensamos en los niños, privados de su infancia, de su derecho a la educación, sumidos en un mundo de pobreza e ignorancia. Y de manera repentina ante nosotros aparece una visión esperanzadora; de un cobertizo con las paredes de barro y tejado de Uralita comienzan a salir niños y niñas portando un pupitre de madera sobre sus pequeñas cabezas….Se sorprender al vernos y curiosos se acercan sonrientes hasta nosotros.

Hemos descubierto un pequeño oasis de cultura en mitad de la nada. No podemos por menos que hacer un alto en el camino y tratar de averiguar algo más sobre este pequeño milagro: De donde vienen esos niños, que estudian, con que material escolar cuentan, sentimos curiosidad por conocer el interior de su “escuela”.

Nuestra curiosidad fue amablemente satisfecha por el joven “maestro” responsable de la educación de unos 15 niños que acudían a la “escuela cobertizo” desde distancias que en ocasiones superaban los 10 kilómetros. El material con el que contaba la esuela era prácticamente nulo o inexistente, en la rápida inspección que hicimos al interior tan sólo pudimos contemplar una vieja pizarra y unos troncos de madera que hacían las veces de “mesas” , los más afortunados y esforzados portaban desde sus aldeas sus propios taburetes para sentarse, el resto debería acomodarse en el suelo.

No importa, la disposición de los chavales, el día que pueden ir a la escuela, es digna de elogio, la alegría con la que acuden a clase y disfrutan de la escuela es muy superior a la de nuestros niños y la tenacidad y ganas de enseñar del maestro superan con creces a la de los aburridos profesores de nuestros centros educativos.

Sin embargo las frías cifras nos recuerdan que apenas uno de cada 3 niños acude a la escuela en Mali…..
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