Roberto Gonzalez
¿Cleopatra en Nueva Zelanda?
Pues claro que no, pero bueno, la fantasía siempre tiene alas, y en este caso lo suficientemente grande como para traer a la reina del Nilo hasta el otro lado del mundo.
Se supone que el nombre, poético en exceso, le da un aura de misterio y sensualidad, pero no hace falta, porque ya tiene suficiente encanto como para justificar el desvío del camino principal y recorrer unos 450 metros cruzando riachuelos y saltando sobre rocas y arbustos.Pero al final tiene su recompensa, ya que la piscina natural se abre ante nosotros con todo su esplendor y realmente pensamos que se merece el nombre que le dieron los que la descubrieron.
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