Jamás hubiera llegado a la bellísima L...
Jamás hubiera llegado a la bellísima Laguna de Huaypo de no ser por mi amigo Edward, que con su diminuto coche me hacía de chófer.
Apenas dejamos atrás Izcuchaca –el pueblo desde donde sale la pista a la laguna- el coche se zarandeó entre pozos y piedras, y por una ladera cubierta de eucaliptus comenzamos a ascender. Salía el sol entre las nubes, el camino estaba desierto, llegamos a una pradera pelada, luego comenzamos a descender.
Habíamos salido del radio de la ciudad de Cusco, traspasado los picos que la cierran; ahora sí, a nuestros pies se extendía vasta, callada, la tierra. Aparecieron humildes ranchos de adobe, marianitos (mulos) sueltos, mestizos yendo y viniendo de alguna parte y, más allá, una gran laguna azulada. Dije en voz alta qué belleza, y le pedí a Edward que se detuviera. La Laguna de Huaypo resplandecía apacible, rodeada por la tierra labrada.
Me bajé, me fui por un tosco surco abierto hasta la orilla. Respiré hondo, olí el barro, se volaron unas garzas muy blancas, se desperdigaron balando unas ovejas. Me negué a subir al coche, le hice señas a Edward que avanzara y caminé. Parecía que estaba sola, sólo yo, la laguna y la tierra, sin embargo en ese silencio había más cosas. Entre los juncos y con medio cuerpo en el agua remoloneaban unas enormes vacas, aquí y allá se veían pastores solitarios cuidando sus manadas. A veces eran niños, otras, mujercitas, cholas, hilando tranquilas, sentadas como si nada en el polvo de las parcelas aradas.
Lejos se veían grupos de labradores que ya almorzaban. Comían su dieta y tomaban su chicha allí mismo, bajo el sol y entre los terrones secos, mientras sus bueyes, con las cabezas gachas, pacientes, esperaban.
Este rincón increíble es muy poco conocido y está a aproximadamente 1 hora de Cuzco. Para llegar debes tomar la carretera que va hacia Lima y en Izcuchaca coger la pista de tierra que sale a la derecha.

