Triste recuerdo
Delimitado por pobres muros de ladrillo rojo que un día dieron forma al ghetto de Varsovia, sobre azulejos negros que dibujan un candelabro de siete brazos, descansa un memorial dedicado a las víctimas judías más jóvenes de la Segunda Guerra Mundial. Su inscripción principal, que durante mi visita estaba cubierta de flores y ofrendas blancas y azules –los colores de la bandera de Israel–, reza en inglés, polaco y yidish "en memoria del millón de niños judíos asesinados por la barbaria nazi alemana entre 1939 y 1945”.
Colgados de los muros que corona una tétrica alambrada de espino hay varios letreros. Uno de ellos (izquierda), el que firma Jack Eisner, recuerda como de 20 nietos de una misma abuela perecieron 19 durante el conflicto; otro (derecha), el que lleva la marca de Henryka Lazowert, no es sino un poema que recuerda la dura vida en el ghetto.
Un enorme monolito de mármol a la izquierda del conjunto recuerda a Jack (Jacek) Eisner y a David (Dudek) Landau, dos hombre que, según el memorial, participaron muy activamente en el levantamiento de las banderas judía y polaca durante el episodio de la Plaza Muranowski el 17 de abril de 1943.
La visita a este monumento, así como al resto de recuerdos y lápidas de este cementerio judío, pone los pelos de punta. Aún con todo yo personalmente repetiría sin dudarlo. Es un complejo único, donde descansan cientos de voces que nunca jamás podrán ya contar su historia.
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