No es que el marisco esté fresco, ¡es que está vivo!
Me encantan los mercados, visitarlos es una de las primeras cosas que hago en cualquier lugar del mundo que visito, y aunque en algunos países son una prueba para tu estómago y tus capacidades olfativas, creo que los mercados son el pulso y el latido vivo de los lugares y en ellos se puede aprender más en cinco minutos sobre la vida cotidiana de la gente que leyendo diez libros.
El mercado municipal de Pontevedra es un ejemplo del amor de sus paisanos por los productos autóctonos de la tierra y del mar. Es un espectáculo ver los mariscos moviéndose por los puestos intentando escapar del futuro que sospechan que les espera: gambas, langostinos, cigalas, langostas, lubrigantes, nécoras, camarones, navajas, etcétera, componen un ballete crustáceo que te despierta los jugos gástricos.
En la planta superior se encuentran los productos de la tierra, frutas, verduras y hortalizas, con productos muy recomendados como los pimientos de Herbón/Padrón, el queso ahumado de San Simón y otras variedades como el de Cebreiro, y por supuesto las incomparables empanadas gallegas en sus múltiples variedades: bonito, carne, xoubas, pulpo, raxo, zorza, zamburiñas, etcétera. No pueden faltar tampoco los orujos, los aguardientes y los vinos gallegos, del Ribeiro al Albariño
Con casi 60 años de vida, el mercado fue reformado en el año 2003 por el famoso arquitecto gallego Cesar Portela, que lo adecuó a los nuevos tiempos, con un aparcamiento subterráneo de dos plantas y una reconstrucción del mercado que mantuvo íntegras las antiguas fachadas y escalinatas interiores de piedra de cantería.
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