Mirador del Sacre Cour

Los colores se fusionaban y hacían bailar mis sentidos. Los tonos azules cobraban vida por si solos, haciendo de París su lugar de nacimiento. Se iban adueñando de cada una de las calles de la gran ciudad de la luz, donde, desde la cumbre del Montmartre, mi cámara grababa una faceta hasta ahora desconocida para mí. Respiraba el ambiente bohemio que despendía cada uno de los pinceles de los artistas que circulaban por allí. La plaza de los pintores se había convertido en el ágora del Olimpo, donde cada uno de los dioses competía por hacer el retrato más perfecto, unos juegos olímpicos en los que solo se podía usar el talento acompañado del óleo y las brochas.

Una parada obligatoria en la ciudad de la luz es la explanada (parvis) que se encuentra delante de la Basílica del Sagrado Corazón (Sacré Cœur).
Es uno de los lugares más populares de la ciudad para los turistas, pero desde el mismo se pueden disfrutar unas maravillosas vistas de París.
El mejor momento para ir es al anochecer, viendo cómo se iluminan y cambian los grandes monumentos.

Esta en las colinas y disfrutar de la maravillosa ciudad luz, ha sido extraordinario. Realmente es sentirse impregnada de la majestuosidad y de la cultura francesa. Caminar en el barrio de los pintores y sumirme entre la gente con sabidurías e idiomas distintos me ha llevado a imaginarme nuevamente instalada en esta ciudad.

Frío intenso en una ciudad caprichosa que le apeteció vestirse de blanco.

Espectaculares vistas desde Montmartre

Puedes ver el atardecer de París desde un lugar increíblemente bonito.