Barro, fe y modernidad.
Porque al principio fue el barro, como en la Biblia, pero en vez de crear al Hombre, los hombres crearon objetos y útiles de esta materia prima. En este lugar, gracias a las riquezas de sus barros y arcillas, se instalaron numerosos hornos alfareros almohades, y fue en uno de ellos, según se deduce en la actualidad, donde en 1248 apareció la imagen de una Virgen, denominada por ello la Virgen de las Cuevas, con lo que a partir de ese momento, la fe convivió con la alfarería, así de simple. Poco a poco, los terrenos sacros van avanzando por la isla, sobre todo desde 1399, año en el que se funda el monasterio. A partir de ahí todo son glorias y desgracias para el cenobio. Por un lado las continuas inundaciones del río obligaban a un mantenimiento constante de todo el recinto y la ayuda monetaria de las grandes familias sevillanas y por otro tuvo el honor de durante treinta años albergar los restos de Cristóbal Colón, asiduo al convento y donde preparó su segundo viaje.
Los cartujos habitaron el lugar intermitentemente, hasta que la desamortización de Mendizabal los expulsó definitivamente. Claro que esto trajo consigo el abandono completo del recinto, hasta que el inglés Charles Pikman la adquirió en 1841 y montó una fábrica de loza y porcelana que funcionaría hasta 1982.
Restos de ella son 5 hornos y varias chimeneas que se recortan contra el horizonte sevillano.
Y cayó de nuevo en el abandono hasta que llegó la magia de la Expo 92 y la recuperó de su desidia. Tras ser Pabellón Real, se convirtió en sede permanente del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, lo que aumenta su valor artístico.
No abandonemos el lugar sin visitar los magníficos jardines y huertas, con olivos, vides, frutales, y dos curiosidades de aire oriental: la capilla de Santa Ana y la de Santa Justa y Rufina. Quedaremos realmente sorprendidos.


