Roberto Gonzalez
La joya escondida
Ni siquiera estando encima de ella, en el Castillo del Morro, puede imaginarse el visitante, que una pequeña cala, preciosa, con un atardecer único, pueda esconderse a dos pasos, con solo bajar una vereda que nace en el camino que lleva a la fortaleza.
Eso para los turistas, porque por el otro extremo, una carretera perfectamente asfaltada lleva a los cubanos que la conocen a pie mismo de arena.
Y nosotros, como viajeros, más que turistas lo que nos apetecía, aparte de refrescarnos y soltar el calor santiaguero era mezclarnos con la gente, vivir su domingo y hablar con ellos, y eso hicimos, tres judías blancas flotando entre un cocido de frijoles. Y es que claro, destacámos con nuestras pieles blancas frente al precioso color de los cubanos.
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