Enmedio de la nada
Partimos de Alta con más pena que gloria, pero pensando que cada vez nos quedaba menos para nuestro destino final, la isla de Mageroya y el Cabo Norte.
Nos acompañaba esa lluvia fina pero pertinaz que tanto molesta a los conductores y a poco de dejar Alta, otra vez nos encontramos con la Tundra y algunas pequeñas granjas de renos que los tenían acordonados por alambradas que no impedían que alguno se escapase y que con su cansino andar espatarrado se interpusiera en nuestro camino.
Eran ya cerca de las dos de la tarde y nuestros estómagos empezaban a cabrearse de hambre, así que decidimos parar a comer, menos mal que como siempre llevábamos algunas cosillas en el coche para hacerlo ya que la soledad y la falta de algún pueblo o ciudad eran patentes.