Erika Paz
Posada Entre Montañas
Gabriela cuenta que demora dos horas caminando para llegar a su trabajo. Ella dirige la escuela del sector donde decidió criar a sus tres hijos varones junto a su esposo desde hace un buen tiempo. La vía que lleva hacia a Los Pocitos, caserío ubicado a unos 30 minutos de Boconó, es casi toda de tierra y rocas. Por eso para llegar a su casa, ella y su esposo Juan ofrecen servicio de transporte, pues solo un vehículo de doble tracción puede sortear el camino. Esta zona del Estado Trujillo está compuesta por casitas sorteadas entre las montañas, caminos sin pavimentar y de vida en su condición más sencilla.
Gabi cuenta que las horas que camina hacia la institución no le pesan, le encanta hacer el viaje porque va disfrutando de un paisaje que con el ansiaba convivir hace mucho tiempo, dice que el sonido del viento canta para ella, el verde engalana su recorrido y el sol tan cerquita la hace levantar la cabeza para recibir sus bendiciones.
No es la primera vez que Gabriela vive rodeada de tanta naturaleza, pero si es en este sitio donde encontró verdadera paz. Desde hace 26 años venía junto a Juan en correría de un lugar a otro. La Colonia Tovar y Mérida fueron sus asientos temporales, pero cuando estos se vieron muy poblados decidieron ir más allá. La suerte los hizo encontrar este terreno donde explica Juan que no había más que verde por donde mirarán. Entendieron que esto si compaginaba con lo que ellos esperaban de la vida.
Juan Montalvo y Gabriela Coronil instalaron por estos predios su casa que hoy en día está convertida en la posada Entre Montañas. Un lugar acogedor en cada uno de sus espacios. Construido como aquellas casitas de muñecas que se arman con piezas de otros juguetes, pero donde extrañamente todo armoniza en la casa principal y las 3 cabañas que ofrecen al público. La pareja sonríe cuando cuenta como construyeron su vivienda con los restos de lo que los demás desechaban. Lo que la gente iba botando de sus cosntrucciones, era ideal para levantar su palacio. Este matrimonio es una combinación de ambos mundos. Ella a simple vista se ve como una niña bien educada, de esas de colegios de monjas, él es bohemio, rebelde, lo que uno llamaría un hippie en su edad adulta. Solo de esta forma se puede explicar como un lugar construido con bloques viejos, de paredes hechas con botellas, con maquinas de coser como mesas, con una puerta principal que en sus orígenes perteneció a la iglesia del pueblo sea totalmente armónico a la vista, y produzca esa sensación de sencillez y buen gusto.
La casa no se concibió como un sitio de alojamiento de extraños. Pero las circunstancias los llevaron al negocio de servir a los demás. La gente se acercaba a ver que levantaban en el lugar, y luego para admirar la construcción. Gabriela dice que en una visita de su hermana, esta le preguntó que quien era esa gente que rondaba la casa. “No se” dijo Gabi, “vienen a ver esto porque les gusta”.
- Niña sácale provecho- dijo su hermana- A ti te gusta cocinar y lo haces bien.
Así comenzaron a vender comidas y organizar paseos por la zona. El sitio es ideal para conocer las siembras de claveles, las plantaciones se extienden varias hectáreas en las montañas, así que estas pintan de hermosos colores la tierra. Cascadas friísimas, pesca en el Río Negro, paseos a caballo completaban la oferta, pero la gente quería más. Rogaban por quedarse. Gabriela recuerda que una vez alguien que estaba comiendo en su casa dijo: de aquí no me voy, y hubo que hacerle espacio.
Para atender a los turistas se construyeron 3 cabañas que tienen capacidad para seis y cuatro personas. Además se habilitaron cuartos en la casa porque los hijos fueron saliendo a estudiar, “ellos prefieren la ciudad, aunque este sigue siendo su refugio”.
Además hay un pequeño depósito que Juan utiliza como taller, así que quien venga a disfrutar de unas vacaciones en el sitio puede también adquirir piezas fabricadas a mano, zarcillos, pulseras, collares son parte de la creación de este orfebre.
La anfitriona se destaca poniendo la mesa. Finos cubiertos, platos y bandejas, y todo acomodado en su lugar. Pero eso no es todo. Las cenas pueden estar compuestas de deliciosas cremas de auyama, apio, papa, de las que siembran; ensaladas con hortalizas frescas también cosechadas en su huerto. Pollo o carne con el delicado aroma de las hierbas y la mejor de las atenciones. En este momento pudiera sentirse el turista como si estuviera invitado a la casa de unos viejos amigos. Allí los dueños de la posada conversan con sus huéspedes, hablan orgullosos de sus hijos, cuentan cómo se conocieron, Gabriela habla de la pasión que sienten por este tipo de vida. Esta escena se repite en el desayuno, pero acompañado de arepas de harina de trigo y un paseo por los predios de la posada. Para verlos ordeñar su vaca, recoger verduras del huerto o simplemente caminar entre las montañas.
No es la primera vez que Gabriela vive rodeada de tanta naturaleza, pero si es en este sitio donde encontró verdadera paz. Desde hace 26 años venía junto a Juan en correría de un lugar a otro. La Colonia Tovar y Mérida fueron sus asientos temporales, pero cuando estos se vieron muy poblados decidieron ir más allá. La suerte los hizo encontrar este terreno donde explica Juan que no había más que verde por donde mirarán. Entendieron que esto si compaginaba con lo que ellos esperaban de la vida.
Juan Montalvo y Gabriela Coronil instalaron por estos predios su casa que hoy en día está convertida en la posada Entre Montañas. Un lugar acogedor en cada uno de sus espacios. Construido como aquellas casitas de muñecas que se arman con piezas de otros juguetes, pero donde extrañamente todo armoniza en la casa principal y las 3 cabañas que ofrecen al público. La pareja sonríe cuando cuenta como construyeron su vivienda con los restos de lo que los demás desechaban. Lo que la gente iba botando de sus cosntrucciones, era ideal para levantar su palacio. Este matrimonio es una combinación de ambos mundos. Ella a simple vista se ve como una niña bien educada, de esas de colegios de monjas, él es bohemio, rebelde, lo que uno llamaría un hippie en su edad adulta. Solo de esta forma se puede explicar como un lugar construido con bloques viejos, de paredes hechas con botellas, con maquinas de coser como mesas, con una puerta principal que en sus orígenes perteneció a la iglesia del pueblo sea totalmente armónico a la vista, y produzca esa sensación de sencillez y buen gusto.
La casa no se concibió como un sitio de alojamiento de extraños. Pero las circunstancias los llevaron al negocio de servir a los demás. La gente se acercaba a ver que levantaban en el lugar, y luego para admirar la construcción. Gabriela dice que en una visita de su hermana, esta le preguntó que quien era esa gente que rondaba la casa. “No se” dijo Gabi, “vienen a ver esto porque les gusta”.
- Niña sácale provecho- dijo su hermana- A ti te gusta cocinar y lo haces bien.
Así comenzaron a vender comidas y organizar paseos por la zona. El sitio es ideal para conocer las siembras de claveles, las plantaciones se extienden varias hectáreas en las montañas, así que estas pintan de hermosos colores la tierra. Cascadas friísimas, pesca en el Río Negro, paseos a caballo completaban la oferta, pero la gente quería más. Rogaban por quedarse. Gabriela recuerda que una vez alguien que estaba comiendo en su casa dijo: de aquí no me voy, y hubo que hacerle espacio.
Para atender a los turistas se construyeron 3 cabañas que tienen capacidad para seis y cuatro personas. Además se habilitaron cuartos en la casa porque los hijos fueron saliendo a estudiar, “ellos prefieren la ciudad, aunque este sigue siendo su refugio”.
Además hay un pequeño depósito que Juan utiliza como taller, así que quien venga a disfrutar de unas vacaciones en el sitio puede también adquirir piezas fabricadas a mano, zarcillos, pulseras, collares son parte de la creación de este orfebre.
La anfitriona se destaca poniendo la mesa. Finos cubiertos, platos y bandejas, y todo acomodado en su lugar. Pero eso no es todo. Las cenas pueden estar compuestas de deliciosas cremas de auyama, apio, papa, de las que siembran; ensaladas con hortalizas frescas también cosechadas en su huerto. Pollo o carne con el delicado aroma de las hierbas y la mejor de las atenciones. En este momento pudiera sentirse el turista como si estuviera invitado a la casa de unos viejos amigos. Allí los dueños de la posada conversan con sus huéspedes, hablan orgullosos de sus hijos, cuentan cómo se conocieron, Gabriela habla de la pasión que sienten por este tipo de vida. Esta escena se repite en el desayuno, pero acompañado de arepas de harina de trigo y un paseo por los predios de la posada. Para verlos ordeñar su vaca, recoger verduras del huerto o simplemente caminar entre las montañas.
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