Río Sarthe

Nos contaron que llueve casi todos los días del año, de ahí el verdor explosivo de la cuenca del río, la vegetación, los árboles.

Durante todo el viaje, sólo veíamos algún castillo desperdigado en la cuenca del río, alguna casa perdida, alguna vaca bebiendo agua en el río, algún pescador sentado en la orilla del río, (del que nos llevamos el sedal) y un montón de esclusas, que teníamos que abrir y cerrar nosotros mismos para pasar los distintos desniveles del río.

Si teníamos la suerte de que al atardecer no llovía sentados en nuestra terracita de cubierta, con un gin tonic y jugando a cartas, podíamos ver una puestas de sol que eran una verdadera pasada. A veces los cisnes nos acompañaban durante un trozo del trayecto.

Cuando se hacía de noche, atabámos una cuerda en cualquier apeadero y éramos los únicos en kilómetros a la redonda.
Una noche, salimos con las bicis para comprar algo a un pueblo cercano del que divisabámos las luces, y cuando volvimos vimos a dos de nuestros amigos pelando patatas dentro del barco, con la luz de la lámpara encendida, que se veía en todo el bosque oscuro. Parecía una escena del cabo del miedo.

Pero nunca nos pasó nada, la gente es amable, el río precioso y los pueblos y ciudades que visitamos también, pero esos ya quedarán para otro día y para otros rincones.