paseos que no hay que dejar de hacer
La aldea de Rhumsiki es eso, una aldea con algunas calles en un alto desde el que se aprecian unas vistas impresionantes. No obstante, dedicar un día o al menos una tarde al pueblo, aparte de salir a hacer trekkings, es más que recomendable.
Hay chavales que se os ofrecerán como guías, hablando en francés e inglés. Es una manera de contribuir a la pequeña economía, ellos practican idiomas y os pueden contar algunas cosas del lugar... por ejemplo, el árbol de la palabra, donde se reúnen los hombres a hablar y a dirimir sus conflictos cuando los hay y es necesario mediar. Visitar al brujo del cangrejo, del que ya he hablado en otra ocasión.
El caso es que podemos llevarnos un bonito recuerdo, original, y además saber que tiene un buen propósito detrás.
Los tejedores, hoy en día también más dedicados a tejer para los turistas que otra cosa, ya que la ropa de segunda mano y de factura china llega hasta aquí y las telas tradicionales han quedado relegadas a la envoltura de los muertos. Observar estos telares de sello neolítico, manejados por hombres (las mujeres hilan el algodón), ver cómo los manejan con sus pies... no hay que perdérselo.
En nuestro caso no coincidimos con el día de mercado semanal, así que las calles estaban un poco vacías, con los esqueletos de los puestos que a buen seguro el día de mercado cambiarán tornado al colorido y viveza característicos.
Pero fue un día bonito, de encuentros, saludos, y aprendizajes.


