Otoño en San Esteban del Valle
San Esteban del Valle es el pueblo abulense donde crecí. Junto con Mombeltrán, Cuevas del Valle, Santa Cruz del Valle y VIllarejo del Valle da nombre a las 5 VIllas, un conjunto de preciosos municipios que, a pocos kilómetros de Arenas de San Pedro, se agazapan en un bucólico y colorido valle.
A pesar de haber pasado media infancia en San Esteban, no recuerdo haber estado allí en otoño. Los veranos eran una sucesión de helados baños en la poza, noches estrelladas entre refrescos infantiles y sobredosis de campo.
Este otoño en San Esteban, más avanzada la vida, se saborea más con la mirada. Viendo correr a las niñas junto al río. Paseando por los rincones que tú recorriste con su edad y reposando la vista en cada rincón.
Hoy "El Pueblo" como siempre lo he llamado, pese a no tener familia allí, conserva su espíritu pero ha cambiado bastante. Hay bastantes casas nuevas, el parque junto al Cuatro Caminos está remozado y hay lugares como "La Margarita" donde jugábamos al futbolín por 2 pesetas que han desaparecido y se echan de menos.
Por el contrario hay lugares con un encanto especial como la Posada de los Esquiladores, una exquisita casa rural con una decoración y ambiente muy cuidados enclavada en plena plaza del
Ayuntamiento.
Junto a la poza, hoy reside el Parque de la Fábrica de Chocolate (antes había una deliciosa factoría en aquel lugar) donde puedes encontrar unas confortables mesas de madera bajo una intensa arboleda y disfrutar de este caluroso otoño que nos ha brindado 2010.
Si además, tienes la oportunidad como nosotros de recoger unos cuantos higos la escapada otoñal a San Esteban del Valle se hace aún más deliciosa.
San Esteban en fiestas es aún más grande. Si no conocéis la festa del Vítor tenéis que acercaros a vivirla en primera persona, pero ese año tendréis que olvidaros del pañuelo rojo y la curva de Estafetas, ya que coincide el 7 y de julio con los Sanfermines.
Es un homenaje al Santo del Pueblo San Pedro Bautista natural de San Esteban del Valle que murió en tirras niponas en 1597.
Una procesión a caballo a la luz de las antorchas recorre el pueblo en la que se vitorea al santo de ahí el nombre (Vítor) y se subasta públicamente el derecho a clavar el estandarte del vítor.
Una experiencia emocionante, que incluso los forasteros como yo vivímos de una manera muy especial.


