Donde hasta los torii son de porcelana
Solo las hojas de los árboles caídas en otoño no son de porcelana aquí. El sendero que sube la colina bordea el bosque y deja abajo la ciudad, de porcelana.
El torii, los pebeteros, las vasijas votivas, los komainu que guardan la entrada, las tôrô que aguardan la luz, aquí todo es de porcelana. Sueyama jinja. Hace frío a las puertas del invierno. Uno imagina aquí el invierno también de porcelana, en blanco y azul cobalto.
Ko-Imari es como se llama esta cerámica que ha hecho famosa a Arita en el mundo entero. Los talleres y tiendas de cerámica abundan en toda la ciudad. Deambulo entrando y saliendo, aquí y allá. Con la delicadeza que suscita toda esta belleza hecha de fuego y tierra. En un gran jarrón una mariposa nocturna parece dormida. Recuerdo aquella del haiku de Buson sobre la campana del templo. Parece tan frágil y delicada como la propia porcelana, más oscura, porcelana de la noche.
En el Museo de la Cerámica de Kyushu algunas piezas se remontan siglos atrás. La colección es extensísima y uno se pierde entre porcelana. Todo es de porcelana, los interruptores, los lavabos, hasta los inodoros, con ese brillo elegante y refinado. Aún más limpio parece el limpio Japón aquí dentro. Algo tiene la porcelana que invita a acariciarla, como la tersura suave de la seda o los pétalos blancos de una flor.
Me llaman la atención los mapas dibujados en algunas piezas antiguas. El mundo de entonces. Parece más pequeño y delicado. En azul y blanco… como esta tarde al borde del invierno.


