Dejé Túnez capital en un trencito s...
Dejé Túnez capital en un trencito suburbano atestado de gente joven. No fue fácil saber cuál tren tomar, ni subir entre tantos apretujones, ni sobrellevar los 30 minutos que demora el tren en llegar a Sidi Bou Said. Es que el tren era un desborde: Viajábamos con las puertas abiertas y había gente trepada hasta en los maleteros. Desde allí cantaban: Todo el vagón cantaba y golpeaba las paredes como si fueran tambores.
Yo no tenía miedo, pero cantaban en tunecino y no entendía nada. Ya casi llegando me enteré que eran seguidores del equipo de fútbol ‘Esperance’, felices porque habían ganado no sé qué y no sé cuándo. Ufff, qué experiencia...
Luego de semejante terremoto, Sidi Bou Said me pareció un paraíso. El lugar es simplemente increíble, un pueblo blanco y azul –hoy día convertido en refugio de millonarios tunecinos- alrededor de un faro viejo con unas vistas impresionantes del Mediterráneo, que aquí es absolutamente turquesa. Salvo la calle principal, atestada de vendedores de chucherías y de tantos turistas que asusta, el resto del pueblo destila una tranquilidad de siesta. Es precioso irse sin rumbo por el laberinto de sus callejuelas hasta el faro. Luego, entre casas increíbles orladas por buganvillas, todo es pura pendiente hasta la playa. No cuesta tanto bajar, claro, el problema es subir nuevamente al pueblo. Como recompensa Sidi tiene pequeños rincones con terrazas donde sirven buenos kebabs y deliciosos jugos frescos.