Una experiencia única
No puedo negar que sentía un poco de aprensión al pensar en subirme al helicóptero, no puedo negarlo. Pero la ilusión y la curiosidad pudieron más que mi mente sensata y me empujaron a hacer la reserva con los ojos cerrados, nunca mejor dicho.
Tras varios días de aplazamiento por condiciones atmosféricas adversas, finalmente llegó el momento de levantar el vuelo. El día estaba realmente espectacular, luminoso y sin viento, algo fundamental porque los bichejos se mueven mucho desde que corra un poco de aire, y no creo que sea agradable estar en medio de una turbulencia en una máquina tan frágil.
Así que llegamos al lugar de salida, localizado al sur de Manhattan, cerca de Battery y tras ser advertidos y entrenados por uno de los empleados sobre precauciones básicas, prohibiciones y permisos, y toda la parafernalia que suele rodear este tipo de actividades en cualquier parte del mundo aunque de manera un tanto exagerada en Nueva York tras los atentados del 11S, fuimos conducidos al helicóptero.
Tuve la suerte de ser elegido para acompañar al piloto, con lo que la experiencia fue doblemente gratificante. Por un lado podría hacerme la ilusión de que el que pilotaba era yo, y por otro la vista abarcaría los 180º.
Poco a poco, muy suave nos separamos del suelo y en unos segundo estábamos volando hacia la Estatua de la Libertad. Tras varias pasadas a su alrededor entramos por el río, muy cerca de la isla de Manhatttan, casi tocando sus rascacielos. Ahí estaban los iconos de Nueva York. Los nuevos como la Freedom Tower y los clásicos, como el Empire State, el Chrysler, el Met Life y un poco más allá el pulmón verde de Central Park.
Subimos un poco más en altura para ver el otro lado de la isla, con el puente de Brooklyn uniendo Manhattan con tierra firme y los cercanos barrios de Queens, Bronks y Brooklyn.
Lentamente volvimos a bajar por el río y llegamos de nuevo al punto de partida.
Fue la media hora más rápida de mi vida, como si hubieran sido cinco minutos, pero eso si, un tiempo que recordaré toda mi vida como algo que puso la guinda a mi viaje a una ciudad cuyo magnetismo es más poderoso que el de la gravedad de la Tierra.