Su fama es lógica
Abu Simbel es uno de los monumentos más conocidos de Egipto y, por ende, del planeta. Su fama es lógica. Se trata de una auténtica obra de ingeniería muy bien conservada. No sólo ya por la espectacularidad de sus esculturas enormes, sino por la calidad de las inscripciones de su interior y la habilidad increíble que permitía, en aquellos tiempos, controlar la entrada de la luz solar en determinadas fechas para que iluminara ciertas partes (la triada) en una cámara donde se dejaba a oscuras al dios de las tinieblas. Fue construido a orden del prolífico Ramsés II y, además, tiene otra peculiaridad histórica. Con la construcción de la presa de Asuán, el templo quedaría ahogado, por lo que hubo que transportar, pieza a pieza, piedra a piedra, todo el monumento.
Eso si, quien vaya en crucero y quiera ir a verlo, que se prepare. Normalmente los cruceros paran en Asuán, que está a tres horas en coche de Abu Simbel. Y tienen la sana costumbre de partir en autobús en excursión a las 2 y poco de la mañana, con lo que la cosa, ciertamente, se hace dura.
Si eres de los que no puedes dejar de verlo, no lo dudes. Pero si te dar pereza madrugar tantísimo, puedes omitirlo del viaje.
Lo que está claro es que una vez estás allí nunca te arrepientes, sobre todo si llegas justo en el momento en el que está saliendo el sol.
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