El adiós en piedra
La torre de Belém es mi musa lisboeta. Ella saca el pobre poeta que hay en mí, me ayuda a cavar en el alma y extraer los sentimientos y la saudade que al final, más pronto o más tarde todos sentimos al dejar Portugal, como si dejáramos un pedazo de alma rasgada sumergida en las aguas del Tajo.
Eso debieron sentir los marineros que dejaban su patria a lo largo de los siglos, para mayor gloria de ella y de sus dinastías descubridoras, de la pimienta y de la plata de Indias, de la grandeza y la miseria de las almas.
Porque la torre, aún sin quererlo, parece un navío que entra al río, que también se despide, con una capitana, la Virgen, que desde el castillo de proa parece acompañar a una imaginaria flota que parte hacia los confines de los mares tenebrosos.